domingo, 8 de marzo de 2015

Super-Cannes, de James G. Ballard

Super-Cannes. James G. Ballard. 2000

Los Adolph Hitler y Pol Pot del futuro ya no vendrán del desierto, sino 
de centros comerciales y complejos industriales corporativos

    Super-Cannes es una obra de prosa contemporánea escrita por el fallecido autor británico James Graham Ballard. Esta novela es muy parecida a Noches de cocaína. No en la trama, sino en el concepto.

    Noches de cocaína narra la historia de un hombre inglés  que se dirige a un complejo habitacional para millonarios llamado Costa del Sol, en España. Va en busca de su hermano, preso y culpado del asesinato de varias personas. Es un thriller. Super-Cannes de cierta manera sobrepasa esta premisa. 

   Super-Cannes se desarrolla en un complejo habitacional corporativo en la Riviera francesa llamado Edén-Olimpia. El nombre del lugar nos debería poner en sobreaviso del enorme ego de las personas que viven ahí, no se deciden si llamarlo un paraíso o el hogar de los nuevos dioses.

   El protagonista de la obra es un obvio arquetipo Ballardiano, Paul Sinclair, un piloto de aviones británico quien sufrió un accidente incapacitante, ademas de perder su licencia durante el mismo. Durante la convalecencia conoce a una joven doctora, Jane, con quien se casa. Jane recibe la tentadora oferta de sustituir al pediatra de Edén-Olimpia. La novela inicia cuando ellos llegan al lugar.

  La primer persona que conocen es el psiquiatra Wilder Penrose, un vigoroso terapeuta que los recibe cordialmente y les explica el motivo de la oferta de trabajo. David Greenwood, el antiguo pediatra, decidió un día conseguirse un rifle y acribillar a diez personas del complejo. Paul y Jane son enviados a habitar su antigua casa.

   Mientras Jane se integra al complicado ritmo de vida de Edén-Olimpia, Paul se obsesiona con la muerte de Greenwood, se convierte en una especie de detective amateur, esto lo pone rápidamente en contacto con la violencia y brutalidad que existe ahí.

   Este libro, a diferencia de las obras de ciencia ficción o fantasía que el autor escribió, refleja en mayor medida los miedos y sensibilidades del nuevo milenio. 
"Detrás del nuevo mundo feliz y paranoico de cámaras de vigilancia y Range Rovers blindados, existía probablemente un mundo anticuado de jerarquías y racismo". 
  El protagonista, como es clásico en Ballard, no es proactivo, sino un voyeur. Aquí lo vemos describiendo a sus vecinos, tan lejanos emocionalmente como los alienigenas de la ciencia ficción:
"De noche, ella y su marido el contable solían pasearse desnudos por la habitación, visibles a través de las persianas como las figuras en una pantalla de televisión, sin preocuparse por sus propios cuerpos mientras discutían sobre reducciones fiscales y fondos de amortización"
   El tema del cine y televisión es muy recurrente, y algo más, cualquier persona que no forma parte de la élite es tan solo un extra, un servidor:
"La gente fuera de Edén-Olimpia. De alguna manera, hay una dimensión que les falta. Esta ausente la autoafirmación. Vaya a Cannes y mire a su alrededor: las cajeras del Monoprix, el chófer paseando al caniche, el dentista y su secretaria encontrándose en un motel de mala muerte...Son como actores que improvisan sus papeles sin darse cuenta de que la película se esta rodando en otra parte."
  Esta es la obra más oscura de Ballard y probablemente la obra más sombría que haya leído en mucho tiempo. Super-Cannes es el gemelo oscuro de El club de la pelea, un mundo bizarro en donde los ricos salen armados durante la noche  con el único fin de provocar el caos. Una catarsis emocional que nunca se soluciona, como una droga, siempre requiere más y más, hasta que son capaces de contemplar los actos más degradantes sin levantar una ceja. 

  Se siente un poco repetitivo el escalamiento en violencia y degradación,  pero al mismo tiempo es como una avalancha que se avista a la distancia. Lo perturbador es que este mundo feliz no hay para donde correr. Es como un mundo poblado por Patrick Batemans, el protagonista de American Psycho.

La locura, eso es todo lo que tienen. Después de trabajar dieciséis horas por día y siete días a la semana, volverse loco es la única manera que tienen de no perder la razón.


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